«Extrañas criaturas», de Jo Alexander




El 25 de marzo de 1998, el diario El País publicaba una noticia con el siguiente titular: «Nace Reservoir Books, una colección para seducir a los jóvenes que no leen.» La editorial Grijalbo Mondadori, bajo la dirección de Claudio López Lamadrid, lanzaba esa colección con títulos como Fóllame, de la francesa Virginie Despentes, Superwoobinda, del italiano Aldo Nove, El arte más íntimo, de la norteamericana Poppy Z. Brite y Extrañas criaturas, única aportación española a la marca, de Jo Alexander.


Para el Yomismo de dieciséis, casi diecisiete, años, la presentación de Jo Alexander fue un artículo, que ocupaba la mitad de la página 13, en el número de mayo del 98 del Rock de lux, una revista que entonces no leía, sino que estudiaba. Ese artículo era mitad entrevista, mitad reseña del libro y enteramente auto-homenaje ególatra de su autor, Xavier Cervantes.

Cervantes sentenciaba así a la autora y a su obra: «¿Valiente o exhibicionista? Posiblemente las dos cosas. No es, sin embargo, buena escritora. Asume la influencia de Bukowski, de quien toma el título del libro, y de Kerouac “por la espontaneidad”, pero sólo eso se refleja en un texto literariamente pobre que repercute negativamente en un contenido que con otras formas, con mayor experiencia y mejor pulido (ganó su pulso contra el corrector de estilo), lograría más impacto. La superficialidad del trazo al describir situaciones y personajes (no a Fiona), en una distancia corta que no maneja bien, no ayuda en nada a aquellos lectores que no tengan un conocimiento previo de lo que se explica. No es Irvine Welsh ni Truman Capote, claro.» Pero, ¿alguien que no sepa de qué va esa movida va a acercarse a Extrañas criaturas? Supongo que en el 98 se esperaba que así fuera. Y en cuanto a lo de no ser Irvine Welsh: no, gracias a Dios, Jo Alexander no es Irvine Welsh. Madre mía, ¿queda alguien que se acuerde del autor de Trainspotting?


Bien, pues mi veredicto sobre Jo Alexander y su Extrañas criaturas fue el mismo que insinuaba Xavier Cervantes. Una moderna que saca un libro oportunista sobre los cuatro temas tópicos que creen que van a atraer a la juventud: sexo, drogas, techno y discotecas. Vamos, una Lucía Echebarría cualquiera. No fue hasta pasadas dos décadas que me decidí a leer la novela; el paso del tiempo revaloriza las cosas. Movido por la nostalgia noventera, hice el pedido de la novela por IberLibro poco antes de las Navidades de 2020 y no me llegó, borrasca Filomena mediante, hasta el 12 de enero de 2021.


Fiona Caballero, personaje protagonista de Extrañas criaturas, es el alter ego de Jo Alexander. Una chica moderna que, de la noche a la mañana, casi sin comerlo ni beberlo, se encuentra en el epicentro de la movida barcelonesa de mediados-finales de los noventa. (La acción parece transcurrir entre el año 95 y cinco minutos antes de que la novela se mandara a la imprenta). Esos que bailaban y se drogaban a ritmo de techno y de indie-pop en el Apolo y en el Nitsa, etc.; esos que embutían sus esqueléticos cuerpos en camisetas entalladas de colores chillones y cubrían sus piernas raquíticas  con pantalones vaqueros acampanados. Recuerdo un chiste publicado en la revista aB en diciembre del 99, que ilustra muy bien de qué iba el rollo:


—¿Qué haréis para fin de año?

—Iremos al Nitsa y nos meteremos pastis.

—¡Uf, qué «noventas»!


Las andanzas de Fiona se parecen a la presentación que de Jo Alexander hizo la editorial en la contraportada de su primera novela: «Jo Alexander nace un día de verano del 77 en Barcelona, la ciudad de sus sueños y la que espera que sea también su tumba. En el instituto, pronto descubre la ideal compatibilidad entre hacer novillos, acumular suspensos y escribir poesía, ejercicios estos que pronto la persuaden a abandonar los estudios académicos para dedicarse a la literatura y a su otra pasión naciente, la música pop: junto a unos amigos forma su propio grupo, Glamour, y edita un CD single y un LP. A sus veinte años, trabajaba solo en lo que le gusta, privilegio que le permite sentirse a un tiempo disciplinada y holgazana.»


Extrañas criaturas, en palabras de la propia Jo, «es la historia de una obsesión»; la obsesión «aún no superada» (puntualizaba Xavier Cervantes en el Rock de Lux) que la autora concibió por el disc-jockey y músico Aleix Vergés, más conocido en el mundillo como DJ Sideral, figura de relumbrón de la noche barcelonesa underground de los años noventa. En la obra, se le llama Leroy Vázquez. Extrañas criaturas tiene cierta estructura de diario, acorde con ese carácter obsesivo, lo cual me resulta atractivo, pues soy un ávido lector y escritor de diarios íntimos, así como de correspondencias, memorias, y otros materiales biográficos.


A pesar del enamoramiento en el que vive su alter ego Fiona, Jo Alexander está lejos de ahorrarnos las sombras del objeto de deseo (Leroy / Aleix / Sideral). De hecho, Aleix no sale nada bien parado en Extrañas criaturas. Ya a las primeras de cambio, en la página 18, encontramos esta invectiva:

«A primera vista me di cuenta de que era idiota, habla con ese acento de capullo aristócrata arrastrando las vocales y comiéndose las consonantes una detrás de otra y por orden alfabético; además, y para entrar en detalles, no hay duda de que es gay, lo supe nada más verle. Anda como un hombre y mira como un hombre pero tiene esa latente feminidad del gay reprimido que no quiere saber que lo es. Puede presumir de haber entablado amistad con los peces más gordos de la escena, ¿os acordáis de su mítica frase?, “cuando Carl Bernard [trasunto de Brett Anderson] me presente a Bowie podré convertirme por fin en un hombre normal”; pero en mi opinión esta es una idea bastante ilusa, ya que él sabe perfectamente que por muchos Bowies que conozca y por muchas mujeres que se lleve a la cama nunca será un hombre. Por otra parte, su presunción es tan increíble que no le cabe en el cuerpo, y al contrario que todos vosotros yo no estoy tan segura de que tras su carita de heroinómano se esconda un mísero rastro de inteligencia; para ser sincera, juraría que su intelecto es prácticamente nulo, y si tuviera que definir su persona en un solo término no encontraría ninguno más adecuado que el de mediocre» (pp.18-19). (Por cierto, creo que solamente alguien que esté profundamente enamorado de otro alguien es capaz de trazar una semblanza tan vitriólica como esta; el amor de Fiona no la ciega ante los, digamos, «defectos» de Leroy, y eso demuestra una madurez notable en una escritora de veinte años de edad).

No se puede decir lo mismo de la bio-hagiografía que Héctor Castells dedicó en 2013 a DJ Sideral, Estrella fugada (en mi opinión, de bastante peor calidad literaria que la novela de Jo Alexander). Sin embargo, el ascendente de Sideral sobre «la escena» debía ser tremendo, pues la crítica se mostró casi unánimemente contraria a Extrañas criaturas. Es el mismo poder que describe Jo en algunas escenas en las que Leroy es el rey de la fiesta, como esa en la que Fiona le abofetea en plena reunión social. Los aduladores de Leroy ni siquiera se atreven a mencionar el asunto en su presencia.

Lo mismo sigue pasando tras la temprana muerte de Sideral. Reinar después de morir. Y es que se puede casi palpar el resquemor que provocó la novela entre los acólitos de Sideral, resquemor que sigue muy vivo, quince años después de la publicación de Extrañas criaturas, en  las páginas de Estrella fugada. El retrato que Castells pinta de Jo Alexander no es favorecedor, la presenta como una groupie que anda detrás del protagonista de sus respectivos libros: Sideral. «Joana, la “escritora”, tiene un nombre artístico que podría ser el nombre de un cocktail: Jo Alexander. Lo mejor del caso, lo más paradigmático del momento, es que su banda, la banda de Jo Alexander, tiene un nombre que podría ser el nombre de una revista para adolescentes: se llama Glamour. Aunque, quizá, lo más delirante es que tienen un temazo. Y que el temazo se llama Alexei. El estribillo, de hecho, repite la palabra “Alexei, Alexei, Alexei.” Y si uno cuenta las veces que Joana repite el anagrama de Aleix a lo largo de todo el tema, podrá deducir el diámetro aproximado de su obsesión.» Y sentencia: «Lo mejor de Glamour es su teclista, Lucas Arraut, un menor atrapado en el armario que, de momento, le hace de novio a Jo Alexander.» (Castells 2013, p. 216). Comparar ambos libros es como mirar un Sálvame de Lujo de la movida barcelonesa noventera.

Me pregunto si Francis es el trasunto de Lucas Arraut en Extrañas criaturas. Seguramente sí. En todo caso, ese personaje es el destinatario de una de las frases que me hizo sonreír en la novela, y que subrayé: «Francis se pasa horas encerrado en el baño, se lleva su guitarra con él y mientras caga tranquilamente se inventa canciones que apestan a mierda» (p. 38). Seguro que esa es también la inspiración del 90 % de la música que suena actualmente.


A su vez, el Domino’s es el Nitsa. Para el Nitsa, Extrañas criaturas tiene unas lindas palabras, que citaremos a continuación:


—Vámonos —le digo.

—¿Adónde?

Hay tantos sitios en esta ciudad que ni siquiera sé dónde podemos aparcar el culo. La playa, el puerto, los bares, el cine, la feria, el bingo, los clubes…

—Ya lo tengo. Vámonos a la mierda. Si lo piensas bien, nadie ha conseguido llegar allí nunca. Seremos los primeros en visitar ese apestoso país y mañana seguro que salimos en las noticias.

—Sí, sería fantástico, pero no sabemos cómo se llega.

—Búscalo en la guía.

Francis abre la guía, ojea página tras página pero no encuentra nada.

—Eme de mierda —le repito.

—Aquí no figura.

—Si esta palabra está reconocida por la Real Academia de la Lengua, debería figurar en la guía también.

—Bueno, no te preocupes, podemos acercarnos al Domino’s, es lo más parecido a un cagadero.


Por cierto, casi siempre que se menciona en la novela al pobre Francis, los personajes tienen conversaciones escatológicas.


Extrañas criaturas, además del diario íntimo de un amor no consumado, además de un retrato de la ridiculez de la adulación que despiertan los ídolos, es (o pretende ser) una crónica generacional. El párrafo que citaré a continuación me suena a eso: «Tal vez todo esto se debe a que estamos atravesando una edad difícil. De pronto hemos dejado de ser niños y ante nosotros se abre un universo oscuro, carente de juegos y de cuentos y de madres a punto de salvarte. La juventud nos apunta en la cabeza con su pistola de cien balas, amenazando que siempre es demasiado tiempo. Tememos a la muerte y por eso la buscamos en cada esquina, en cada beso, en cada palabra… No nos culpéis por sentir dolor. Sólo somos víctimas.» Cualquier joven de cualquier generación desde, por lo menos, la década del cincuenta, podría escribir en términos similares.


Extrañas criaturas tiene los ingredientes necesarios para que su lectura se haga, si no trascendente, como mínimo amena (que ya es mucho): humor, crudeza, poesía, «retrato generacional» y unos diálogos impactantes, cachondos. Si, como dice Mardía Herrero, la literatura es sobre todo ritmo, la novela de Jo Alexander es literatura de primera categoría. Eso no quita que el valor de Extrañas criaturas sea más descriptivo que narrativo.


Dicho sea de paso, en la entrevista para el Rock de Lux, Xavier Cervantes preguntó a Jo Alexander si Aleix le había dado su parecer sobre Extrañas criaturas. «No, no lo hará», respondió ella.

Comentarios

Entradas populares