Carmen de España, manola
Carmen de Mairena en directo
«Jamás vi nada tan anarco-punk»
(De la serie Barcelona by Night)
El uno de junio de 2002 cumplí uno de mis deseos más fervientes: ver actuar en vivo y en directo a Carmen de Mairena. Mi amiga Gloria, un amigo suyo de la Universidad (al que no he vuelto a ver y del que no recuerdo el nombre), y yo quedamos en la Plaza Cataluña, delante del Corte Inglés, y de allí nos fuimos caminando por la Ramblas hasta el Cangrejo, donde había de actuar nuestra Carmen.
Por el camino, fuimos ambientándonos con el olor a salitre y a paella de marisco de la calle más famosa de la ciudad condal. Los restaurantes para guiris emitían un fulgor entre rojizo y dorado, que se reflejaba sobre la piel rosa fucsia de los turistas. En las mesas, manteles a cuadros y claveles dentro de una botellita de cristal. Los quioscos de la Rambla todavía abrían veinticuatro horas; en sus estanterías: la prensa del día siguiente, figuritas de toreros, flamencas y manolas y revistas pornográficas. Barcelona era todavía, y no por mucho tiempo, una ciudad civilizada.
Llegamos a nuestro destino, El Cangrejo, alrededor de la hora bruja.
El Cangrejo es un cabaret del año de María castaña transformado sucesivamente en bar de mariconeo, de putas y de lo que fuera menester en cada momento desde que se inaugurara en el año de gracia de 1902. El Cangrejo se ubica todavía en la calle Montserrat, en la parte baja de las Ramblas, a mano derecha. Es decir: puritito Barrio Chino de Barcelona.
A mí lo que me movía entonces, en mis tiempos flautiperris era eso: la Barcelona charnega, de la Diagonal para abajo, el romanticismo putrefacto del Distrito Quinto, Sangre en Atarazanas, las vedettes de El Molino; Pipper, La Maña y el Barcelona De Noche... Get the picture?
Tomamos asiento y pedimos nuestras consumiciones a siete euros por barba. En la decoración se apreciaba el paso del local por sus distintas eras geológicas: la aflamencada, la quitx, la guei-modernilla y la friqui-psicotrónica. El escenario era, y sigue siendo, una minúscula tarima en uno de cuyos bordes había, ya no lo hay, una pianola y, encima de ésta, una figurita de papel maché que pretendía representar a Marilyn Monroe. En el pasillo que comunica la entrada con la sala principal, donde está la barra, había un corcho del que colgaban fotos dedicadas de gente como Antonio Amaya, Rafael Conde "El Titi" o la propia Carmen Mairena. Espejos y azulejos a la andaluza por doquier.
Cuando llegamos, apenas había cuatro mariquitas esparcidas aquí y allá. Pero minutos (que se hicieron eternos) después, por fin, a través del cristal de la puerta, pude ver acercarse por la calle Montserrat a la mismísima Carmen de Mairena. Llevaba una ropa muy normal, torerita gris oscuro y pantalones negros; su peinado consistía en un poderoso cardado rojizo. Entró, pidió una bebida y se sentó para hablar con una mujer que, como se vio más tarde, era otra de las vedettes del Cangrejo. En un breve espacio de tiempo, nuestra Carmen de España se jincó un par de cubatas como si de Font Vella se tratara.
A las doce y media empezó el espectáculo con la actuación del travestí Rubén, que lucía un traje largo de lamé dorado y unos tacones de aguja plateados con los que casi resbala y se pega un talegazo con el bordillo de la tarima. A continuación salió la cantante de boleros Mónica, quien, después de cantar Tú me acostumbraste, presentó a otro transformista, Desirée. Una argentina de dos metros (más taconazos) con un pelucote a lo afro y un vestido rosa que habló con el público, contó algunos chistes y presentó a la estrella indiscutible: Carmen de Mairena.
Entonces el local estaba ya hasta los topes. La mayoría de la gente eran machos morbosos que venían a reírse de las travestís como de bichos enjaulados de feria; hasta había un grupo que venía como parte de una despedida de soltero (supongo que eso es algo habitual en estos antros).
Pero eso a la Carmen le importaba un güevo. Con su peluca roja, sus vestidos de fantasía y un juego de ojos que ni Marujita Díaz, cantó alguna coplilla (Carmen de España, Farsa monea, La bien pagá, en fin, su repertorio de siempre), soltó algunas de sus frases favoritas («Qué poderío tengo en el coño metío» o «Qué cara, qué gesto, ¿pero qué coño es esto?»), también algún que otro chiste del calibre de los de Arévalo y Manolo de Vega, y luego se subió al camerino a, es de suponer, meterse un güisqui doble.
El espectáculo continuó así, con las actuaciones de Ruben, Mónica, Desirée y Carmen de Mairena alternándose. «Carmen de España, manola… Carmen de España, valiente… ¡Y no la del Merimée!» Yo no me lo podía «de» creer. Estaba disfrutando de lo lindo.
Al final, la Mairena bajó del escenario y pasó el brazo por encima del hombro de todos las personas del público. Un hombre hacía fotos cada vez que posaba al lado de cada uno; después el tío pasó mesa por mesa para intentar vendernos las fotos por la friolera de ocho euros. Yo no me la compré. No sé si me arrepiento o no. Cuando cantó una de las últimas canciones de su repertorio, Carmen volvió a pasar por las mesas, pero esta vez con una teta fuera.
Una de las cosas que más me impresionaron fue ver el estado en que la Mairena hacía su función: tambaleándose sobre el escenario, olvidándose las letras de las canciones. En el Cangrejo ella es la diva, la reina absoluta, y los friquis son esos machos «normales» que esperan que haga el chou como en Crónicas marcianas.
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