Bar Ciutat Vella

De la serie «Barcelona by Night»




Existe un documental de Joaquín Jordá, De niños, el primero en tratar el tema de la especulación inmobiliaria y la gentrificación del barrio del Raval y Ciutat Vella en general. Una de las escenas más interesantes muestra a un activista vecinal (no recuerdo su nombre) entrevistando a una vecina del barrio, una mujer de unos sesenta años, agitanada, en delantal y zuecos, muy entrada en carnes, señalando a la confluencia de la Rambla del Raval con la calle San Rafael exclamando de forma muy brusca «Aquí dicen que van a poner una ugeté, ¡ya me dirás tú pa’ qué queremos una ugeté!» (Las imágenes fueron registradas en el año 2001). Bien pues… ¡al final pusieron la ugeté! ¡Vamos, por sus cojones que ponían la ugeté! Y no sólo una ugeté, también un hotel, un bloque de pisos, etcétera, etcétera. Era el proyecto conocido como Illa Robador. Si es que hasta el nombre se las trae.

Uno de los afectados por ese plan especulativo fue Jesús García Hernández, nacido el 26 de febrero de 1962, propietario del bar Ciutat Vella, sito en el número 11 de la calle de San Rafael. El bar llevaba abierto al menos desde 1990. En abril de ese año, el local fue uno de los diecisiete escenarios de la primera edición del Festival de Jazz de Ciutat Vella [«Festival de Jazz de Ciutat Vella, con 60 conciertos en 17 locales»: La Vanguardia, 16 de marzo de 1990, p. 51], junto a locales con tanta solera como els Quatre Gats, el Glaciar de la Plaza Real, el Café de la Ópera o hasta el Palau de la Música. En junio de 1991, el Ciutat Vella volvió a estar en el circuito de bares que alojó el II Festival de Jazz de Ciutat Vella [«Dos semanas de jazz gratuito en el segundo Festival de Ciutat Vella»; La Vanguardia, 6 de junio de 1991, p. 53]. También en el tercero, inaugurado el 26 de junio de 1992 [«Estado de Ánimo y Marco Quesada Sextet inauguran el Festival de Jazz Ciutat Vella»; La Vanguardia, 25 de junio de 1992, p. 53], y en el que tocó Ondi Naxana. Y también en el de 1993, con el Dúo Playa Mar a las 22.00 del día 13 de junio de 1993 [«Agenda»; La Vanguardia, suplemento La Revista, 12 de junio de 1993, p. 4]. Y nuevamente en el de 1994.

Recuerdo esas noches en el bar Ciutat Vella, entre finales del 2002 y principios del 2003, primero con Neus y Gemma y después con Neus y Diego. Lo primero que me llamó la atención de ese delicioso antro del barrio Chino fue su camarera, Justine Abellán. Su expresión era autosuficiente, como el de alguien que ha pasado mucho en la vida, alguien que ha tenido que espabilarse muy pronto. Después supe que Justine nació en el Barrio Chino en 1957, que, como cantaba Kevin Johansen, «desde chiquito ya era chiquita», y todo eso en la España franquista de los años sesenta y setenta. Durante diecisiete años ejerció la prostitución, desde principios de los años ochenta hasta finales de los noventa. Pasado ese tiempo, residió en Sevilla y en Madrid hasta regresar a Barcelona a principios del siglo xxi, y fue entonces cuando entró a trabajar en el Ciutat Vella. Bien, toda esa historia la leía en su mirada, en su expresión enérgica y decidida cuando nos cobraba o nos ponía la birra en la barra. Litros y litros de birra…

Recuerdo vivamente a un chileno de unos cuarenta y pico (yo entonces sobrepasaba por poco la veintena), con el pelo y la perilla de un color castaño rojizo, los ojos azules, la piel de alabastro, etc. ¡Oh! Subía al escenario cada fin de semana con su guitarra y una caja de ritmos que hacía de batería y cantaba sus canciones del rollo canción protesta sudaca de los años setenta… Y le observaba desde el pie del escenario. A veces, en medio de una canción, lanzaba una mirada que se cruzaba en línea recta desde el escenario con la mía. Yo, admirando desde abajo, su rostro tan apuesto… Pero ¿qué podía hacer yo, si no admirar desde la lejanía, entre el humo y el olor a sudor axilar de una multitud heterosexuala? Fantaseaba estúpidamente con hacer añicos, con mi mirada llena de admiración y de deseo, el muro infranqueable de terror a siquiera rozarse que existe entre hombre y hombre. En mi cabeza sonaba esa canción de David Bowie: «I smiled sadly for a love I could not obey…» Y la Justine fue testigo de ese amor.

Y la Justine fue testigo del amor que surgió entre la Neus y el Diego. La Neus había sido la novia de mi mejor amiga, la Gracia. Cuando empezamos a frecuentar el Ciutat Vella, la Neus todavía estaba liada con la Gemma, pero poco después la dejó porque conoció al Diego en este bar. Se liaron, y nadie daba un duro por esa relación. Las que menos, las exnovias y examigas del rollo bollo de ella. En mis tiempos flautiperris, entre mi círculo de amigas bolleras, cuando una chica daba el salto y cataba el «amor sororal» era considerada poco menos que una heroína. Tener una aventura con alguien del mismo sexo era algo chic, un signo de progresía, de apertura mental (no ocurría lo mismo, en absoluto, entre el contingente macho). Sin embargo, cuando el caso se dio a la inversa, cuando una de ellas cruzó la frontera hacia «el otro bando», ¡le cayó la del pulpo!

Posdata: la Neus y el Diego llevan quince años casados y tienen un hijo precioso, ya adolescente. Del chileno de la guitarra, la caja de ritmos y los ojos azules, nada más se supo.

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