Barceloneta mon amour




De la serie «Barcelona by Night»


Déjenme que les cuente la jornada surrealista que tuvo lugar un día de julio de este año. Quedé con la Shanghai y la Diana para ir al centro cívico de la Barceloneta a ver un espectáculo de circo al aire libre. La primera sorpresa que nos deparó la velada tuvo lugar en el vagón del metro. Había una pareja de borrachos; el hombre daba tumbos, la mujer no se tenía de pie. En un frenazo del tren, la mujer salió despedida a varios metros y cayó como una piltrafa en el suelo del vagón. Entre varias personas la levantaron mientras gritaba «¡Hijos de puta! ¡El que se haya reído me va a comer el coño!»

Al bajar en la parada de Urquinaona para hacer transbordo, nos encontramos con una redada de revisores y de seguratas. Suerte que los tres llevábamos el billete. Tres chavales de unos quince años, que huelga decir que no habían pagado, al encontrarse con el percal recularon y se fueron cagando leches, y acto seguido la patrulla de seguratas salía corriendo tras ellos cual Hombres de Harrelson.

Por fin, al bajar en la parada correspondiente y empezar nuestro periplo por la Barceloneta (uno de los pocos barrios verdaderamente populares que quedan en la Barcelona post-olímpica), nos dimos cuenta que de circo al aire libre nasti de plasti.

Como las dos mozas tenían hambre, y ya era una hora respetable, nos adentramos en la jungla barcelonetesca a la caza de un shawarma. Por el camino encontramos unas enigmáticas pintadas en la pared que ni el egiptólogo más avezado hubiera podido descifrar. Una de ellas decía: «La Carmen es una guarra i se aze payas». Ignoro a qué antigua civilización puede pertenecer semejante jeroglífico.

Fuimos a dar a un bar impagable. Era un bar cuya arquitectura podría ser la de una cantina de los años cincuenta; paredes blancas, techo de vigas de madera, etc. Había una capa de roña incrustada en todo el mobiliario. Una cabeza de toro disecada presidía el panorama. Un señor muy serio de unos sesenta años, con una camisa desabrochada hasta el ombligo mostrando varias cadenas de oro del que cagó el moro les preparó el shawarma.

Procedo a describir la indescriptible clientela del lugar. En la barra, un borracho de la misma edad que el camarero, con el bigote y los cabellos grises, impertérrito en su taburete, concentrado solamente en atinar a llevarse a la boca su chupito de orujo. En una de las mesas, una pareja compuesta por una gitana y un negro acurrucaban a su bebé en el cochecito. En un momento dado, el negro se levantó y empezó a echar monedas en el juke-box para poner canciones de la Tina Turner a todo volumen. Después de un rato soportando el estruendo de la música, el camarero le dijo al borracho del bigote: «¡Luis, endesenchufa la máquina! ¡Endesenchufa la máquina!» Como Luis seguía mirando fijamente el fondo de su vaso de orujo, el camarero dejó con violencia el shawarma de las nenas sobre el mostrador (ante la mirada atónita de las mismas), salió de detrás de la barra y endesenchufó la máquina él solito. El negro y la gitana cogieron tal mosqueo que se fueron sin pagar los carajillos. A todo eso, la Diana dijo que se estaba meando. «Voy al lavabo», dijo, «No te garantizo que vuelvas con vida», le respondí, imaginándome el estado del excusado. A la vuelta no tenía palabras para describir lo allí visto.

Nos fuimos. Pero la Shanghai y la Diana tenían antojo de gazpacho, así que fuimos a una terraza a tomarnos un ídem. ¡Siete euros por barba nos costó la broma!


(Noviembre 2004).



Autor de la fotografía: Akumbaya (Pixabay): https://pixabay.com/es/photos/platja-de-la-barceloneta-barcelona-2944797/


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