Para vestir santos
¿Y si muero de vieja /
sin tener pareja?
(Cecilia: Me quedaré soltera.)
Hay algo absurdo en la idea de «buscar pareja». Ese sintagma verbal contiene algo que, como dicen en Argentina, no me cierra. ¿Por qué? Porque el concepto de «buscar pareja» choca frontalmente, cual salmón nadando contracorriente, con la esencia misma de los enamoramientos. Al menos, en mi experiencia de los mismos.
En mí, no existe ese ente desconocido, sin rostro, al que denomino «pareja» y al que, como si fuera un maniquí desnudo al que hay que vestir, cubro con unos atributos imaginarios: «que sea alto, moreno, deportista, marchoso a la par que hogareño, muy romántico, amigo de sus amigos, que me haga reír...»
No. Esto no funciona así. Yo voy caminando por la vida y, de vez en cuando, muy de vez en cuando, me cruzo con un ser humano que me llama la atención. Se dan algunas señales previas a lo que acontece a continuación: esa persona me es impuesta, como si un hechizo hubiera caído sobre mí. Y entonces es esa persona en concreto quien me despierta la necesidad de tener pareja, no al revés: yo no voy por ahí intentado encontrar a la persona que rellene ese hueco, esa casilla en blanco bajo el epígrafe «pareja». No: el objeto de mis desvelos crea un hueco en mi corazón que tiene la forma de su persona. No, no hay una oquedad previa en la que intento encajar a una persona con unas características determinadas.
Eso de «buscar pareja», por lo tanto, se me antoja algo tan ilusorio como querer forzar el azar. Es ir contracorriente. Es invertir el orden: el fruto antes que la semilla. El problema es que me gusta muy poca gente, y esa gente aparece en mi vida al azar. Y el azar, como casi todo en la vida, no se puede controlar.
Por tanto, en última instancia, surge este dilema: ¿estar con una persona que medio te gusta pero que acepta compartir su vida contigo, es decir tirar de autoengaño, o quedarse para vestir santos?
*
En 1998, cuando vivía el primero de mis enamoramientos «à la Carson», escuché una canción curiosa. Se trataba de una versión, interpretada por Alaska y sus Fangoria y el grupo donostiarra de pop bonito Le Mans, de una antigua canción de Cecilia: Me quedaré soltera. Recuerdo que en la reseña del disco que contenía ese tema, publicada en el Rock de Lux, se tildaba a la malograda Cecilia de intérprete de «kitsch sufrido».
La canción me impresionó tanto como para grabarla en una de mis cintas C-90 y dibujar mi propia interpretación de Cecilia interpretando Me quedaré soltera. Es el dibujo que encabeza este post. De esas primeras escuchas del tema, memoricé un verso por encima de los demás:
¿Y si muero de vieja/ sin tener pareja?
En 1998, a los diecisiete años, eso era apenas una preocupación para mí. Ahora, a las puertas de los cuarenta, esa interrogación en forma de rima consonante me hace estremecer.
No fue hasta una década más tarde, hacia 2008 o 2009, cuando pude escuchar la versión original de Me quedaré soltera, interpretada por la propia Cecilia. Fue gracias a YouTube.
Las imágenes de ese directo para TVE del año 74 me resultaron decepcionantes. Según mi dibujo del 98, yo había imaginado a Cecilia como una cantante pop eurovisiva a lo Massiel y lo que veía ahí era a la típica cantautora progre de los setenta.
Lo peor es la presentación que hace de Me quedaré soltera ante el público, con unas palabras que traicionan a los propios versos de la canción. Dirigiéndose al respetable, dice: «Ahora os voy a cantar una canción que creo que todas las mujeres entendemos un poco, porque mi madre está empeñada en casarme, no sé si alguna de vuestras madres también, y entonces he escrito una canción que se llama Me quedaré soltera».
Y es que la protagonista de la canción no parece quedarse soltera por elección: «Yo quisiera tener a alguien cerca, aquí/ Yo no quiero vestir sedas de soltera/ Santos de madera, eso no es para mí/ Y si muero de vieja sin tener pareja/ Dime ¿quién llorará a una solterona/ llantos de verdad en su funeral?» Y el estribillo es diáfano: «Me quedaré soltera aunque yo no quiera».
Y el tiempo pasa. Y el tiempo estranguló a mi estrella. Entonces yo contaba diecisiete años. Ahora casi cuarenta. También lo dice esta canción: «mi cuerpo está viejo/ no miente el espejo».
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