San Lesmes

 


Nací en jueves, y en jueves te conocí. Era exactamente el treinta de enero del año dos mil veinte cuando eso ocurrió.

Cada 30 de enero, el santoral conmemora el ascenso a los cielos de San Lesmes, patrón de la ciudad de Burgos. El monje medieval Lesmes, no obstante, nació en Francia, en Loudon. Y Loudon es la ciudad donde, en el siglo XVII, ocurrió el célebre caso de las supuestas monjas endemoniadas, en el que se basan los filmes The Devils y Madre Juana de los Ángeles.

En ambas películas, la acción presenta a un apuesto sacerdote (el padre Urbano Grandin) que solivianta los deseos reprimidos de un grupo de religiosas enclaustradas. Esa contradicción entre deseo y represión se interpretó en su momento como locura y después como posesión diabólica. Grandin fue condenado a morir en la hoguera, acusado de inmoralidad y brujería.

Ese 30 de enero yo no podía prever que varios hechos supuestamente aislados estaban convergiendo para formar el dibujo completo. Y es que hacía semanas que tenía ya preparado el viaje a Burgos con el Betito.

Cuando preparé el viaje, en enero, Burgos era la ciudad que había elegido visitar porque, como alumno de Filología de la UNED, tenía que leer de nuevo el Cantar de Mío Cid. Entonces, el 30 de enero, San Lesmes, todavía no era una fecha señalada para mí.

Cuando llegué a Burgos, sí lo era. Y es que, en apenas unas semanas, mi mundo se había tambaleado. A principios de marzo, que es cuando el Betito y yo pusimos los pies en la ciudad del Arlanzón, San Lesmes era ya el santo patrón no sólo de Burgos sino también de mi nuevo enamoramiento.

Insistí en visitar la iglesia de San Lesmes. Insistí tanto que el Betito se exclamó: “¿qué tienes tú con San Lesmes?” Me sentí como el ladrón descubierto en flagrante delito. Me tomó desprevenido, por primera vez en mucho tiempo (mi relación con él se había basado largamente en un “estado de guardia permanente” por mi parte), pero apenas tuve unos segundos de vacilación (nudo en el estómago, ojos como platos) antes de improvisar algo ingenioso con lo que salir del paso.

Las paredes de la iglesia estaban ennegrecidas por el humo de cirios de siglos. En medio de la nave, yacía la figura pétrea que contenía los restos mortales del santo franco-burgalés, conservados en la ciudad desde el 30 de enero del año 1097.

La imagen me evocaba un fotograma de la Tristana de Luis Buñuel: Catherine Deneuve, con toda su ingrávida belleza, reclinándose sobre el sepulcro de un obispo, cuya faz (tiara incluida) está tallada en alabastro. Si pretenden ser un canto a la eternidad del alma (en eso se basa la religión cristiana, y creo que todas las demás), esas tallas resultan ser un memento mori: un monumento a la decrepitud de la carne. Al final, la carne, al querer negarla, preside la escena, se impone ufana.


Recuerdo la primera vez que te vi, en tu primer día de trabajo, acurrucado entre columnas, tímido de entrar y enfrentarte a una central desconocida, a un empleo nuevo. Es como el Desnudo bajando una escalera, de Duchamp: una escena que puede descomponerse en varias imágenes distintas y a la vez iguales, e interpretarse de formas diversas. Un hito fundacional que explicar una y mil veces, en cada ocasión con una voz distinta dando una versión distinta.

La primera vez que te vi, te vi de espaldas y ya sabía que me encontraba ante un ser al que iba a amar. No me preguntes cómo; lo sabía. Cuando te vi por vez primera, el reloj marcaba las catorce horas y treinta minutos. Me fijé en eso. Puedo decir el día y la hora exacta en la que te vi por primera vez. Era uno de esos días de enero en los que hace frío y sol.

Yo, en principio, no tenía que trabajar ese jueves 30 de enero. Fue D.C. quien me pidió que trabajara ese día por él, a cambio del sábado 18. Estuve a punto de denegarle el cambio, pero una voz interior me hizo aceptar. D.C. necesitaba librar el día 30 para ir a ver a su novia, que vive en Valencia. En un arranque de solidaridad, decidí aceptar el cambio de día, pese a ser normalmente reacio a ello. Pero debo dar gracias a D.C. por haberme propuesto ese cambio, pues de otra manera no te hubiese conocido en tu primer día de trabajo. Y eso propició que se diera el acontecimiento del 3 de febrero.


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