La sangre del vampiro (Blood of the Vampire, 1957)
Independientemente de su calidad (que, para mí, la tiene, y mucha) a La sangre del vampiro le guardaré siempre un cariño especial. Las circunstancias personales en las que uno mira una película por primera vez influyen mucho en cómo se valorará ese filme. Por eso, la crítica cinematográfica no es, y no puede –ni debe– ser, objetiva. No puede ser como la reseña de las prestaciones de, pongamos por caso, un robot de cocina.
En mi caso, La sangre del vampiro me tomó desprevenido y desprejuiciado, me introdujo en un mundo que para mí era totalmente desconocido: el de las películas de terror «gótico» de los años cincuenta y sesenta, moldeadas por la productora inglesa Hammer Films. Lo que vi me impresionó tanto que las películas de esa productora se convirtieron para mí en una obsesión durante bastante tiempo.
Las mejores cosas ocurren por casualidad. Y la casualidad quiso que yo estuviera haciendo zapping a primera hora de una aburrida tarde de primavera, durante las vacaciones escolares de la Semana Santa del año 2000. A la casualidad también se le antojó que yo «aterrizase» en una ignota televisora local catalana justo cuando en pantalla se veían unas llamativas letras amarillas que decían «Transilvania, 1874».
Lo que presencié a partir de ese momento me tuvo anclado al sofá.
…
Después de situarnos en el tiempo y el espacio, el letrero en inglés y la voz en off en español nos informan que de todas las plagas que asolaron Europa en esos tiempos, la peor fue la del vampirismo. Y que para matar a un vampiro hay que atravesarle el corazón con una estaca de madera. Eso creo que lo sabe hasta alguien que, como yo en ese momento, no hubiese visto nunca una película de vampiros.
Y eso es precisamente lo que vemos a continuación: la ejecución de lo que suponemos que es un vampiro, ya colocado dentro de su ataúd, con un palo de madera acabado en punta. Y, superpuesto a la mancha de líquido rojo sobre la mortaja blanca, aparece entonces el título de la película: Blood of the Vampire.
…
La primera escena post-título se abre con la secuencia de una inhumación seguramente inspirada en el funeral que hay al principio de La novia de Frankenstein (1935). Aquí los enterradores (interpretados por Milton Reid, Richard Golding, Gordon Honeycombe, Otto Diamant y Carlos Williams) parece que no han hecho muy bien su trabajo de cazavampiros, pues al final de esa escena vemos a uno de ellos (Otto Diamant) gritando en primer plano, horrorizado por algo que pasa fuera de campo. Algo muy macabro, por supuesto.
Los gritos de pánico del enterrador se mezclan, en un audaz cambio de secuencia, con las risotadas de unos zíngaros que disfrutan del vino y del baile en una taverna decorada al estilo centroeuropeo. Por cierto, una de las camareras es la despampanante actriz pelirroja Yvonne Buckingham. La diversión se ve perturbada cuando entra en escena un ser deforme y grotesco desde el exterior. Ese ser es Carl (Victor Maddern), un jorobado mudo que tiene el ojo derecho a la altura de su mejilla (amén de lucir una sola ceja).
Carl ha ido a la taverna a buscar a un científico (Cameron Hall) que pueda ayudar nada menos que a resucitar a su señor, con el que vive en un lúgubre castillo transilvano. El muerto al que pretende devolver la vida no es otro que el vampiro al que hemos visto «estacado» en la secuencia anterior. Y ese es el protagonista de La sangre del vampiro: el Doctor Calistratus. Calistratus el mejor nombre para un personaje de terror que yo haya oído nunca. ¡Es maravilloso!
En un decantador, o como se llame, entre agua burbujeante, late artificialmente el corazón del Dr. Calistratus, conectado a su aparato circulatorio por unos tubitos que van de aquí a allá. En una de las primeras escenas, ya vemos el laboratorio en el que transcurrirá gran parte de la hora y media siguiente; el laboratorio del científico, ese escenario que, como hacía ya notar una reseña de Sight and Sound del invierno del 58, es tan caro al género terrorífico.
El médico al que Carl ha recogido de la taverna y al que se sobreentiende que ha sobornado para devolverle la vida a Calistratus quiere más pasta y amenaza al jorobado con contarle sus oscuros experimentos a la policía si no le da más billetes. Pues, ¿qué hace Carl?, sacarse una faca de debajo de la pelliza y dejar seco al científico tavernario. No se podía saber.
…
Nuevo cambio de escenario: ahora estamos en «Carlstadt, seis años más tarde». [Una curiosidad: la maqueta que reproduce el pueblo de Carlstadt (minuto 10, aprox.) es la misma que se utilizó para la película Enrique V en 1944 y que después utilizó como escenografía teatral la compañía del Globe Theatre.]
Y así, señoras y señores, es como empieza este delicioso delirio cinematográfico inglés de los años cincuenta, que en su delirio resultó ser más de la Hammer que las propias pelis de la Hammer.
Y es que sorprendentemente, La sangre del vampiro no es una producción Hammer, pero podría serlo perfectamente. Tiene esa mezcla de kitsch y elegancia decimonónica, sus gotitas de romanticismo brumoso germánico y ese punto de locura (o de humor absurdo) que caracteriza a muchas películas británicas; todo ello envuelto en la irrepetible fotografía del cine clásico.
Creo que esta desprejuiciada amalgama de elementos puede conectar fácilmente con aquellos que estén todavía muy en contacto con su, como se dice ahora, niño interior.
…
Ahora que estamos en Carlstadt, la película nos muestra al personaje de John Pierre. Es guapo, rubio y tiene los ojos azules: todo eso nos dice que estamos ante «el bueno de la película» (interpretado por el actor australiano Vincent Ball).
Pero para una mente del año 57 o 58, la manera como se nos presenta a John Pierre le llevaría a pensar que es malo, pues está siendo juzgado por un crimen horrible. John Pierre es médico y se enfrenta nada menos que a una pena de cadena perpetua en Campbell Island por negligencia médica con resultado de muerte. Según él, por supuesto, la sentencia es injusta y desproporcionada.
John Pierre no va a parar a Campbell Island, sino a una prisión para «criminales dementes» situada en un castillo muy parecido al que vimos en la secuencia de la «resurrección».
Y, ¿quién aparece por allí? ¡Carl, el jorobado!
Como en las mejores películas carcelarias (pienso, por ejemplo, en La casa de cristal), el «prota», el «bueno», va descubriendo lentamente el secreto que se esconde entre esas cuatro paredes. Y El Secreto, en la cárcel para criminales dementes de La sangre del vampiro, tiene un nombre muy sonoro: «CALISTRATUS».
…
Calistratus, que tras ser devuelto a la vida por un jorobado deforme y un médico beodo, se ha convertido en una suerte de «pez gordo» de Carlstadt. Gracias a sus influencias, hizo que el Dr. John Pierre fuese ingresado en la prisión-manicomio que él dirige y no a Campbell Island. Y es que Calistratus piensa que Pierre puede serle útil a sus intereses.
De nuevo, vemos el laboratorio. El laboratorio de Callistratus nos recuerda a los bajos del castillo de Drácula en la versión de Tod Browning de 1931. Un tanto más iluminada, eso sí.
…
John Pierre, por supuesto, ha dejado a una amada sola al tener que ingresar en la cárcel. Se trata de Madeleine, a quien interpreta Barbara Shelley, una actriz inglesa que venía de representar music-hall durante varios años en Italia.
A la hora de metraje, más o menos, la peli es un poco aburrida, pero pronto vuelve a coger ritmo. Y el final es trepidante.
¡¡Alerta spoiler!!
Y es Carl quien se venga de Callistratus en su último aliento de vida. ¡Esto sí que es morir matando!
¡¡Fin de spoilers!!
Comentarios
Publicar un comentario