En el aniversario de Nico
Ayer, por pura casualidad (o por algún intrincado mecanismo inconsciente), precisamente en el día en el que Nico (Christa Päffgen) hubiese cumplido ochenta y seis años de edad – 16 de octubre –, me puse a releer pasajes de Nico: Vida y mentiras de un emblema de Richard Witts, en su versión original en inglés, descargada de internet en formato PDF. Se trata de la primera biografía que se escribió de Nico: la autora de álbumes tan alucinantes como Desertshore o The Marble Index, además de todas esas cosas que se suelen decir sobre ella (musa de la Velvet, actriz para Andy Warhol, amante de tal o cual estrella del rock, etc.). Y es que de Nico cuelgan tantos tópicos como modelitos se probó durante su carrera como modelo.
Me detuve en el pasaje de su biografía que habla de sus vivencias de la guerra en Alemania. Nico, igual que yo, convertía las «pequeñas» desgracias de la niñez en tragedias de proporciones operísticas. Nico añadía sal y pimienta a los recuerdos de su infancia durante la Segunda Guerra Mundial en Alemania, de manera que pasaban a tener un tinte decididamente macabro, casi dantesco o surrealista. Filas de cadáveres amontonados en las gélidas calles de Lübbenau; lámparas con las pantallas hechas de piel humana y, además, tatuada; niños intentando dar de comer y de beber a los judíos que eran enviados a los campos de concentración en trenes mientras los soldados alemanes se lo impedían a golpe de látigo…
Richard Witts, desde esa mentalidad materialista, cientificista, que Nico de buen seguro hubiera odiado, determina según factores estrictamente exógenos que la infancia de Nico fue «dura, pero no trágica». Entiendo que el biógrafo, como el historiador, tiene que ceñirse a hechos demostrables y, además, envolverlos en una literatura que sea amena de leer (y eso en Nico: Vida y mentiras de un emblema está fuera de toda duda). Pero esa actitud es propia de lo que el psicólogo Iñaki Piñuel llama «amigos de Job» (gente que pretende ser tu amigo pero que no toma partido incondicionalmente por ti). Es casi como una especie de luz de gas retrospectiva y post-mortem.
Witts dictamina también que los recuerdos de infancia de la musa de la oscuridad tenían una gran parte de fabulación o eran directamente mentiras. Y se empeña en desentrañar lo que era verdad de las invenciones de la Nico adulta – y no lo culpo; ése es el trabajo de cualquier biógrafo –. Pero, sin embargo… acaso Witts no había leído a Rimbaud y su verso «me creo en el infierno, por lo tanto estoy en él»?
Además, cada persona es el personaje protagonista, único e irrepetible, de su propia vida, de su propia tragedia. Y si un hecho que, ponderado respecto a una medida convencionalmente establecida como los centímetros miden la longitud (creerán que existe un «traumatómetro», ¿verdad?), resulta banal a los ojos de la gente pero para su protagonista revista dimensiones de tragedia… es que verdaderamente eso fue una tragedia. Para un individuo, su mundo es el único mundo que existe. ¿Me explico?
Todo esto también me recuerda a un diálogo de la película Lovesick, que me impactó tanto como para anotarlo en mi diario de adolescente, cuando yo tenía diecisiete años. Dice así: «La gente con grandes problemas tiene una coartada para quejarse. Pero cuando la vida es tan… tolerable… Entonces es cuando viene la auténtica catástrofe». Pues sí: es una catástrofe, porque nadie reconocerá tus tormentos interiores, tu dificultad para vivir la vida, para desenvolverte como una persona «funcional» (¡oh, cómo odio esta palabra!) en el seno de nuestra sociedad, etc., etc. Tu destino es no obtener simpatía ni empatía de nadie. Tu destino es escuchar una y otra vez la misma frase maldita: «Pero si no hay para tanto…»
Alan Wise, el mánager que tuvo Nico en Manchester en los años ochenta, lo captó bien. Wise «[…] creía que Nico soltaba esos fragmentos de recuerdos de la guerra en sus conversaciones para captar la atención y despertar comprensión en los demás. “Era su manera de pedir perdón. O de explicar su comportamiento”» [página 27].
On Nico’s birthday
Yesterday, by sheer coincidence (or perhaps some intricate subconscious mechanism), I found myself revisiting passages from Richard Witts' "Nico: The Life and Lies of an Icon" on what would have been Nico's 86th birthday - October 16th. It is the first-ever biography about Nico, the author of such amazing albums as Desertshore or The Marble Index, in addition to all those things that are usually said about her (muse of the Velvet Underground, actress for Andy Warhol, lover of this or that rock star, and so on). Nico is subject to as many clichés as outfits she tried on during her career as a model.
I paused at the section detailing Nico's wartime experiences in Germany. Like me, Nico had a tendency to transform childhood hardships into tragedies of operatic proportions. She embellished her World War II memories with macabre, almost Dantesque or surrealist elements: frozen corpses lining Lübbenau's streets, lampshades made of tattooed human skin, and children attempting to feed Jews on concentration camp-bound trains while soldiers lashed at them with whips.
Witts, adopting a materialistic approach that Nico would likely have despised, concludes her childhood was «hard, but not tragic.» While I understand a biographer's need to stick to verifiable facts, this attitude reminds me of what psychologist Iñaki Piñuel calls «Job's friends» - those who feign friendship without offering unconditional support. It’s almost a form of posthumous gaslighting.
Witts asserts that many of Nico's childhood recollections were fabricated when not outright lies. While it's a biographer's reasonable duty to separate fact from fiction, I wonder if Witts had considered Rimbaud's line: "I believe I am in hell, therefore I am in it".
Each person is the protagonist of their own unique, unrepeatable life story. If an event that seems trivial by conventional standards takes on tragic proportions for its protagonist, then it is indeed a tragedy. For each individual, his or her world is the only world that exists.
This reminds me of a poignant dialogue from the film "Lovesick" that I noted in my teenage diary: "People with big problems have an excuse to complain. But when life is so… tolerable… That's when the real catastrophe comes." It's catastrophic because no one acknowledges your inner turmoil or the reasons behind your difficulty in functioning as a "normal" person in society. You're destined to hear the same dismissive phrase: "But it's not that bad…"
Alan Wise, Nico's manager in 1980s Manchester, astutely observed that Nico would drop these war memory fragments into conversations to garner attention and understanding. "It was her way of asking for forgiveness. Or of explaining her behavior," he noted.
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